jueves, 29 de marzo de 2012

Madroño (arbutus unedo).

En primer plano, el madroño del monumento a Bécquer, en una foto tomada  el 29 de marzo de 2012 a las 9:17 de la mañana.
Si bien menos rotundo que el que en el sevillano Parque de Maria Luisa realizó por iniciativa de los hermanos Álvarez Quintero el escultor Lorenzo Coullaut Valera, en el Parque de la Fuente del Berro hay también un monumento homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer, obra éste de Santiago de Santiago, quien, por cierto, tiene casa en la calle Eduardo Aunós, a pocos metros de distancia del parque.

La escultura sevillana está estructurada en torno a un magnífico ciprés de los pantanos o ciprés calvo (Taxodium distichum), especie originaria del Mississippi. Junto a la más modesta de nuestro parque hay, parece ser (y luego diré por qué), un madroño, árbol de porte más modesto pero, sin duda, más castizo.

Del madroño sabemos que forma parte del escudo de Madrid, aunque también se sabe que siempre ha sido escaso en la naturaleza madrileña. Esto ha llevado a algunos historiadores a poner en duda que el árbol en el que se apoya el oso (osa) sea un madroño, también porque su forma típica es la arbustiva mientras que el de nuestro blasón es un árbol en toda regla. Pero dejémoslo estar. (Tal vez el único que ha sabido interpretar el escudo de Madrid haya sido Antonio Mingote, quien, obviando esta controversia, dijo que el oso está “abrazado a un árbol para impedir que venga un concejal y lo corte”, afirmación ésta de la que se sabe mucho en este entrañable barrio, que no existiría ya de no ser por la oposición vecinal a los planes especulativos de dos de las personas más non gratas de esta ciudad, los alcaldes Arespacochaga y Arias Navarro, el Carnicero de Málaga, quienes quisieron convertir las colonias de casas bajas en torres de apartamentos. Así, sin más).

Hay varios madroños en la capital, tanto en su forma arbustiva como arbórea. Son fácilmente identificables, sobre todo en otoño y principios de invierno gracias a sus inconfundibles frutos. El de mejor porte que ahora recuerdo está frente al Hotel Ritz, en la Plaza de la Lealtad. Bajo su copa pueden guarecerse unos cuantos viandantes, y para sujetar sus espléndidas ramas ha sido necesario dotarle de algunas muletas.


Arbutus unedo, es el nombre que Linneo dio al madroño común, o simplemente madroño. Su nombre hace referencia a su porte de arbolillo y a que de sus frutos sólo debe comerse uno, bien, dicen algunos, porque su sabor es decepcionante, bien, dicen otros, porque suele fermentar y producir por ello efectos no buscados en quien atraído por su atractivo aspecto lo come. Con él se hacen mermeladas y licores, aunque cierto es que no gozan de gran fama y distribución, supongo yo, que nunca los he probado (aunque me propongo hacerlo en cuanto pueda), porque no deben estar muy buenos. Su madera, de densidad muy alta, puede aprovecharse para ebanistería (los griegos clásicos hacían flautas con ella) y para otros usos menos nobles, como leña y carbón; sus hojas y corteza son curtientes y astringentes. Sus semillas eran utilizadas para atraer a los pájaros en invierno.

Un árbol de las características del madroño no podía dejar de tener un componente mágico, que encontramos tanto en la mitología romana como en la griega. En la primera, la ninfa Cardea, hermana de Apolo, ahuyentaba a las brujas con una varita hecha con una ramita de madroño. En la segunda, se le ha identificado con el árbol que nació de la sangre vertida por el gigante Gerión cuando fue muerto por Heracles, pues daba frutos sin hueso y florecía y fructificaba al mismo tiempo, en la época en que las Pléyades aparecen en el firmamento, precisamente en invierno.

El madroño común presenta una distribución peculiar, pues, en general, aparece a lo largo de toda la costa mediterránea, en la vertiente atlántica de España, Francia y Portugal, y de ahí salta a la costa meridional irlandesa. En Madrid, como decía, es escaso en la naturaleza, habiendo algunos madroñales en el sudoeste de la región.

Las hojitas de este peculiar madroño.
Dije antes que el árbol junto al monumento a Bécquer parece ser un madroño porque, aunque son árboles que conozco de sobra, me costó mucho identificarlo. El madroño del Parque de la Fuente del Berro no es como los demás que he visto. Sus hojas son más pequeñas, de un verde más claro y menos aserradas. Sus frutos son más oscuros y opacos, más escasos y menos inconsistentes; no vemos junto a Bécquer el estallido de colores verdes, amarillos, naranjas y rojos que los caracterizan, las más de las veces al mismo tiempo, pues suelen convivir en el mismo árbol frutos en distinto estado de maduración. El tronco es más grisáceo que rojo pardusco como corresponde a los madroños. Las flores sí que son más identificables (y por ellas lo localicé), pero la mayoría, por alguna razón, se caen y no acaban de cumplir su cometido de convertirse en madroños, pues así se llaman también los frutos de este árbol. Pero si en el cartel que indica a la entrada del parque la ubicación de algunos árboles singulares del parque dice que este árbol es un madroño, así debe de ser. (No niego que he tratado de identificar este madroño con alguna de las otras 13 especies del género arbutus, por si hubiera habido algún mal entendido en su clasificación, pero reconozco que no he tenido éxito en mi empeño. ¿Puede tratarse de un ejemplar híbrido? Carezco de los conocimientos necesarios para pronunciarme, así que aquí dejo esta cuestión por si alguien más preparado quiere retomarla).

Lejos y entre los árboles
de la intrincada selva
¿no ves algo que brilla
y llora? Es una estrella.

Ya se la ve más próxima,
como a través de un tul,
de una ermita en el pórtico
brillar. Es una luz.

De la carrera rápida
el término está aquí.
Desilusión. No es lámpara ni estrella
la luz que hemos seguido: es un candil.
                                                                       Gustavo Adolfo Bécquer.