Hoy disfrutamos de un Madrid
tormentoso.
No por casualidad, sino precisamente porque había tormenta, hemos prescindido del triste autobús y, entre chaparrón y chaparrón (con parada frente a la casa del escultor Santiago de Santiago para guarecernos de la lluvia), Mateo y yo hemos atravesado el Parque de la Fuente del Berro, itinerario natural para ir de la casa de los abuelos a la nuestra. El estilo inglés que siempre ha tenido nuestro parque se nos ha manifestado en toda su belleza. La escasez de viandantes, el olor a mojado, la ligereza del aire que dejan siempre las tormentas (parece ser que por los iones negativos que generan las descargas eléctricas) y la tamizada luminosidad de la tarde, ha hecho que el parque nos revele esa aura mágica que desde niños supimos ver en él. Es un día especial este 19 de mayo de 2012 y, por tanto, especial tiene que ser también el árbol que lo recuerde.
No por casualidad, sino precisamente porque había tormenta, hemos prescindido del triste autobús y, entre chaparrón y chaparrón (con parada frente a la casa del escultor Santiago de Santiago para guarecernos de la lluvia), Mateo y yo hemos atravesado el Parque de la Fuente del Berro, itinerario natural para ir de la casa de los abuelos a la nuestra. El estilo inglés que siempre ha tenido nuestro parque se nos ha manifestado en toda su belleza. La escasez de viandantes, el olor a mojado, la ligereza del aire que dejan siempre las tormentas (parece ser que por los iones negativos que generan las descargas eléctricas) y la tamizada luminosidad de la tarde, ha hecho que el parque nos revele esa aura mágica que desde niños supimos ver en él. Es un día especial este 19 de mayo de 2012 y, por tanto, especial tiene que ser también el árbol que lo recuerde.
Una de las dos secuoyas gigantes del parque en foto tomada el 29 de marzo de 2012, a las 8:30 de mañana. |
Sé que en el parque hay más de un
árbol reseñable desde el punto de vista botánico, y de ellos hablaré en otro
momento, pero desde pequeño siempre me pareció extraordinaria la presencia de
una secuoya en “el parque del barrio” debido a sus legendarios atributos.
Primero, para un niño de aquella época conocer que es un árbol originario de la
lejana Norteamérica ya constituía objeto de fascinación. Después, cuando tu
padre te dice que es el más grande del mundo, que en uno de ellos se hizo un
túnel para que pudieran pasar los coches y que los más longevos tienen más de
tres mil años, la secuoya por fuerza pasa a formar parte de tu particular
mitología infantil.
En el parque hay en realidad dos
secuoyas, aunque esto es algo que descubrí recientemente. La que desde un
principio conocía es la que está junto a una de las cuestas que desciende desde
la plataforma superior del parque donde se encuentra el palacete. Es la que
ilustra este artículo. La otra está más arriba, en el parterre que está frente
al ala derecha de aquél.
Una ramita de la secuoya. |
El nombre de secuoya se otorgó en
homenaje al jefe cheroqui Sequoyah, aunque seguramente éste jamás tuvo la
oportunidad de ver una de ellas, pues estos indios habitaban el centro-este de
Norteamérica y no el Oeste, de donde son hoy endémicas. En cualquier caso, como
es lógico, era un árbol mágico y sagrado para los indios de la zona, que le
llamaban Wawona, Toos-pung-ish y Hea-mi-withic.
El hábitat natural de las
secuoyas americanas se reduce a una estrecha franja de tierra frente a la costa
oeste americana. La secuoya gigante habita en las laderas occidentales de la
Sierra Nevada californiana, mientras que la secuoya roja lo hace en la zona
costera del norte de California y sur de Oregón. Las metasecuoyas, árbol que se
creyó extinto hasta 1941, tienen su hogar en las faldas de las remotas montañas
de la región de Hubei, en el Sudoeste de China. Pero esto es ahora, pues estos
bosquetes aislados son sólo reminiscencias de las enormes selvas de secuoyas que
poblaban la tierra entera cuando la especie humana aún no había hecho su
aparición. En la propia Península Ibérica su presencia era abundante hasta hace
3 millones de años.
De los tres árboles que reciben
el nombre de secuoya, el que tenemos en nuestro parque por duplicado es el
segundo de los citados, la secuoya gigante, que también ha recibido el nombre
de árbol del mamut y, en un ejercicio de colonialismo cultural propio de los
británicos, wellingtonia (inmediatamente contestado por los botánicos
norteamericanos rebautizándolo como washingtonia), un término sin fundamento
científico y hoy en desuso y ridiculizado involuntariamente por los granadinos
que bautizaron como Mariantonias a las secuoyas plantadas en la Sierra de la
Sagra.
La secuoya gigante,
contrariamente a su nombre, no es la más alta de las secuoyas. Este honor
corresponde a la otra especie norteamericana, la secuoya roja, que ha colocado
como número uno del ránking a un ejemplar llamado Hyperion de 115,61 metros de altura, localizado en el Parque
Nacional Redwood de California. La mayor de las secuoyas gigantes es la famosa General Sherman, que “apenas” supera los
83 metros de altura, aunque con un diámetro de 11 metros en la base en un
perímetro de tronco de 31 metros, la convierten en el ser vivo con mayor
biomasa de la tierra en términos de volumen (1.486,6 m3) y peso
(1.256 toneladas). Se encuentra en Giant Forest, dentro del californiano Parque
Nacional Secuoya.
Pero tampoco corresponde a las
secuoyas rojas el record de altura conocida para un árbol. Aunque en general de
menor porte, fue un abeto de Douglas, (pseudotsuga
menziesii) el que con 120 metros, alcanzó el techo conocido entre los
árboles gigantes. Mineral Tree, así
se llamaba el árbol, se taló en 1930 en el estado de Washington. En cualquier
caso, consideramos que la altura que puedan alcanzar estos árboles milenarios, sean
secuoyas, abetos o eucaliptos, depende del tiempo que se les deje crecer. El
General Sherman, ha alcanzado ese volumen en 3.500 años.
Las secuoyas gigantes del Parque
de la Fuente del Berro no llegan, ni de lejos, a esa altura. No voy a dar
estimaciones de altura y diámetro de tronco, porque sin duda me equivocaría (si
algún día obtengo los datos los incluiré en el post). No obstante, con alguna
perspectiva, puede obtenerse una fotografía en la que supera los 232 metros que
mide el pirulí.
Lo desconocemos todo de la
historia de estos árboles, de quién y cuándo los plantó. Quizás un experto por
su altura y la anchura de su tronco, podría dar una edad aproximada. Sería
bonito que estuvieran relacionados con las semillas que llegaron a España alrededor
de 1826, recolectadas en la expedición de Malaspina, pero nada sabemos (seguro
que otros sí).
Las secuoyas están protegidas en EE.UU.
Curiosamente, su madera no es apropiada para la construcción y se astilla con
gran facilidad. En su momento, se llegó a utilizar para cerillas y otras
funciones más que marginales, lo que fue fundamento para prohibir su tala. La
corteza es de color rojizo, y tan blanda y esponjosa que cede fácilmente a la
presión, más incluso que el corcho del alcornoque. Su función es proteger al
árbol de los incendios, que necesita para reproducirse. Muy características son
también sus ramas, pues se inclinan hacia abajo, llegando a descansar sobre el
suelo, para luego curvarse hacia arriba, dándole una forma piramidal. Los
árboles ya más maduros, como van siendo los nuestros, forman unas copas cuasi
cilíndricas a modo de columnas fragmentadas y discontinuas, dando la impresión
de que las ramas van rodeando al tronco. La identificación es por ello sencilla
a simple vista.
Parece ser que la secuoya gigante
más grande de España, con un perímetro en la base de 18 metros, está en La
Granja de San Ildefonso. En la capital hay también una de gran porte en el
Parque del Oeste.